La trampa de la Amabilidad
16. Julio 2011 por Antonio J. Alonso.
“Los
Equipos Amables llegan los últimos”, libro publicado por Brian Cole
Miller en 2.010, defiende una teoría “políticamente incorrecta” que
comparto totalmente pues, al margen de su lógica intrínseca, trasciende
el conservadurismo seudo-hipócrita de quienes siempre suelen decir solo
lo que los demás quieren oír.
Admitida
universalmente la Amabilidad como una de las herramientas de relación
social probadamente más efectivas, es también cierto que su inapropiado
uso puede degenerar en prácticas desnaturalizadas (ver aquí “La Amabilidad y el Amabilismo”) cuyo resultado arruine los buenos propósitos que a ella inicialmente se le presuponían.
En
resumen, la idea de B. C. Miller se centra en asegurar que los Equipos
de Trabajo de cualquier organización son menos eficientes si lo que se
pretende es que, prioritariamente y en todo momento, reine la Amabilidad
en su seno. Cuando un Equipo se encuentra demasiado concentrado en ser a
toda costa Amable pierde capacidad de discrepancia interna en la
búsqueda de soluciones a los problemas, pues sus miembros temen agraviar
a los demás con sus inconformidades y desacuerdos.
Si
para evitar la confrontación actúa el Amabilismo (muchas veces en forma
de silencio defensivo) las ideas no vuelan y la apatía resignada se
instala en un almibarado y rutinario proceder que solo consigue el
estancamiento del progreso en el trabajo. Gana la paz y pierde la
eficacia cuando, es un hecho evidente, nos encontramos en tiempos
económicos de guerra y resultados.
Sin
lugar a dudas, todos podremos encontrar múltiples ejemplos propios que
dibujan situaciones en las que hemos preferido ignorar cierto problema
con algún compañero de trabajo para salvar el supuestamente necesario
“buen ambiente laboral” que, sin quererlo, se verá perjudicado con
seguridad en cuanto el desencuentro inicial crezca y genere una
verdadera incompatibilidad interpersonal.
Eludir
el compromiso, cuando este si proceda, de la búsqueda del contraste de
ideas y pareceres escondiéndonos en el silencio reactivo y terapéutico
es la mejor manera de ejercitar la dejación de nuestras
responsabilidades profesionales, minimizando la personal aportación de
valor a los objetivos comunes de la organización, sea cual sea el nivel y
alcance de nuestro puesto de trabajo.
Brian
Cole Miller define nueve tipologías profesionales que recogen la
diversidad de comportamientos positivos que pueden observarse
individualmente en los miembros de un Equipo de Trabajo, cuya naturaleza
innata se suele distorsionar cuando se busca instalar la Amabilidad por
concepto y a golpe de martillo:
-
El Pacifista, que media para que todos se lleven bien: Asume una armonía artificial para evitar conflictos.
-
El Campeón, que lidera de forma natural: Acepta las cosas como son para no perder apoyo.
-
El Perfeccionista, que busca en todo la excelencia: Se resigna a la mediocridad.
-
El Enérgico, que fomenta el dinamismo y la actividad: Tolera la ralentización de las tareas.
-
El Guardián, que cuida y protege a los demás: Se inhibe para no crear agravios comparativos.
-
El Observador, que analiza y entiende los problemas: Se abstrae para evitar conflictos.
-
El Individualista, que explora caminos por sí mismo: Se retrae para evitar un exceso de protagonismo que moleste a los demás.
-
El Triunfador, que consigue lo que se propone: Minimiza los objetivos para no presionar al Equipo.
-
El Solidario, que ayuda siempre a los demás: Teme no estar al nivel exigido.
Ser
amable es generalmente conveniente pero no puede ser convenido por
decreto, pues confundir la Amabilidad con el Amabilismo es tanto como
afirmar que un exceso de aceite lubricante siempre mejorará el
rendimiento de un motor. Una vez más, todo deberá ajustarse a su punto
de equilibrio y el proceder de las personas en las empresas todavía aun
más, si lo que realmente buscamos es minimizar el siempre doloso pago
de… “El precio de ser demasiado amable en el trabajo“.
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