El Proceso PEACE:
Cinco pasos para enfrentarse
a los problemas con filosofía.
Lou Marinoff
Vacuo
será el razonamiento del filósofo
que no
alivie ningún sufrimiento humano.
EPICURO
El
problema filosófico es ser conscientes
Del
desorden que reina entre los
Conceptos,
y puede resolverse
Poniéndolos
en orden.
LUDWIG WlTTGENSTEIN
El asesoramiento
filosófico es más un arte que una ciencia y siempre es diferente con cada
individuo. Tal como la terapia psicológica se presenta de infinitas maneras distintas,
el asesoramiento filosófico tiene como mínimo tantas variantes como consejeros
que lo practiquen. Usted puede reflexionar con filosofía sobre un problema por
su cuenta o con la ayuda de un interlocutor no profesional. La gran pregunta
es: «¿Cómo se hace?» Algunos consejeros filosóficos, entre los que destaca Gerd
Achenbach, consideran justificado que no exista un método general que pueda
explicarse o enseñarse. Al fin y al cabo, si no existe un método general para
filosofar, ¿por qué tendría que haber uno para el asesoramiento filosófico? Aun
así, mi experiencia me ha demostrado que muchos casos se ajustan de modo
satisfactorio a un
planteamiento en
cinco pasos al que denomino proceso PEACE. Con este planteamiento se obtienen
buenos resultados, es fácil de seguir, y además aclara los motivos que
distancian el asesoramiento filosófico de otras formas de terapia hablada. Tal como
verá, la mayor parte de los problemas que se presentan en este libro se
resolvieron mediante el proceso PEACE. Tal vez el suyo también pueda manejarse
así. PEACE es un acrónimo de las iniciales de las cinco etapas que componen el
proceso: problema, emoción, análisis, contemplación y equilibrio. El acrónimo
es adecuado, ya que estos pasos constituyen el camino más seguro para alcanzar
una paz interior duradera.
Los dos primeros
pasos enmarcan el asunto, y la mayoría de personas pasa por estas etapas de forma
natural. No necesitan que nadie les ayude a identificar el problema, aunque en
determinadas ocasiones conviene revisar e incluso refinar este punto. Su
reacción emocional es inmediata y clara (nadie tiene que aprender a sentir
emociones),
aunque esto también
podría ser objeto de una reflexión ulterior. Las dos etapas siguientes estudian
el problema de manera progresiva, y aunque muchas personas son perfectamente
capaces de hacerlo por su cuenta, suele resultar ventajoso contar con un
interlocutor o un guía para explorar nuevos territorios. El tercer paso le
conduce más allá que casi toda la psicología y la psiquiatría, y el cuarto le sitúa
de pleno en la esfera filosófica. La última etapa incorpora a su vida lo que ha
aprendido en cada uno de los cuatro pasos anteriores, puesto que los
planteamientos meramente intelectuales no resultan prácticos a menos que se
sepa cómo utilizarlos.
Iré dando una
explicación breve de cada paso" para mostrarle cómo funciona el proceso.
Luego retrocederé y los explicaré con más detalle, agregando un caso tipo para
que pueda ver el proceso en acción. Cada uno de los capítulos de la Segunda parte también describe
como mínimo un caso siguiendo el proceso PEACE. Al enfrentarse a un asunto
desde una óptica filosófica, lo primero que cabe hacer es identificar el problema.
Por ejemplo, su padre está muriendo, o se ha quedado sin trabajo o su esposa le
engaña con otro. Normalmente, cuando tenemos un problema, lo sabemos, y la
mayoría de nosotros
cuenta con un
mecanismo de alarma interno que se dispara cuando necesitamos ayuda o recursos complementarios.
Hay veces en las que concretar el problema es más complicado de lo que parece, de
modo que esta etapa puede que le requiera cierto esfuerzo, sobe todo si los
parámetros del asunto que le atañe no resultan evidentes.
En segundo
lugar, debe hacer acopio de las emociones que le provoca el problema. Se trata
de una contabilidad interna. Debe experimentar emociones genuinas y
canalizarlas de forma constructiva. La psicología y la psiquiatría no suelen
progresar más allá de esta etapa, de ahí que su utilidad esté limitada. Siguiendo
los ejemplos de más arriba, sus emociones probablemente sean una combinación de
aflicción, rabia y tristeza, aunque quizá le suponga un poco de esfuerzo llegar
a esta conclusión.
En el tercer
paso, análisis, usted enumera y examina las opciones de que dispone para
resolver el problema. La solución ideal sería la que normalizara tanto los aspectos
externos (el problema) como los internos (las emociones que ha despertado el
problema), pero la solución ideal no siempre está a su alcance. Para seguir con
un ejemplo, dar la orden de que desconecten a su padre agonizante de la máquina
que lo mantiene con vida tal vez sea lo mejor para él pero también lo más duro
para usted. Puede poner la decisión en manos de los médicos, o dejar que lo
decida su hermano o decidir continuar con unos fútiles cuidados intensivos; éstos
son los distintos caminos que tiene que recorrer mentalmente para hallar el más
apropiado.
En la cuarta
etapa, usted da un paso atrás, gana cierta perspectiva, y contempla su
situación en conjunto. Llegados a este punto, ya habrá clasificado en
categorías cada una de las etapas con vistas a manejarlas. Ahora tiene que
hacer trabajar a todo su cerebro para integrarlas. En lugar de detenerse en un
árbol determinado, estudia el contorno del bosque. Es decir, cultiva una visión
filosófica unificada de su situación en conjunto: el problema tal como se le
presenta, su reacción emocional y las opciones que ha analizado al respecto. En
este punto ya está preparado para considerar métodos,
sistemas y
enfoques filosóficos para abordar la situación que le afecta en su globalidad.
Las distintas filosofías ofrecen interpretaciones diferentes de su situación
así como prescripciones divergentes de lo que hay que hacer al respecto, cuando
lo hay. En el ejemplo de enfrentarse a la muerte de su padre, necesita ponderar
sus ideas sobre la calidad de vida, las responsabilidades que tiene contraídas con
los demás, la ética de desconectar el soporte vital de un enfermo y el peso
relativo de valores irreconciliables. Tiene que adoptar, mediante la contemplación,
una postura filosófica que al mismo tiempo se justifique por méritos propios y
esté en consonancia con la naturaleza de su persona.
Finalmente,
después de enunciar el problema, expresar sus emociones, analizar sus opciones
y contemplar la situación desde una postura filosófica, alcanzará el
equilibrio. Entenderá la esencia de su problema y estará preparado para
emprender actos adecuados y justificables. Se sentirá equilibrado y también
dispuesto a afrontar los inevitables cambios que le esperan. Por ejemplo, si ha
decidido desconectar el respirador de su padre, estará seguro de que habría
sido lo que él hubiese deseado y que, a pesar de que su muerte suponga un duro
golpe para usted, es responsabilidad suya cumplir sus deseos tan bien como
pueda por más difícil que sea la situación.
EL PROCESO PEACE
Algunas personas
son capaces de cubrir las cinco etapas en una única sesión de asesoramiento; a otras,
el proceso PEACE les llevará semanas o meses. La cantidad de tiempo variará en
función del cliente y de la situación. Muchos clientes ya han pasado por las
tres primeras etapas (identificar el problema, expresar las emociones, analizar
las opciones) antes de solicitar asesoramiento filosófico. Cuando es así, el
proceso continúa partiendo de la etapa de contemplación. Usted debe avanzar a
su propio ritmo, tanto si reflexiona por su cuenta como si lo hace con un amigo
o con un profesional preparado.
Cada uno de
nosotros está centrado en su propio ser y contempla el mundo desde una posición
estratégica. Podemos percibir la existencia como una mera serie de
acontecimientos que nos suceden a nosotros y a nuestro alrededor, o bien
podemos asumir parte de responsabilidad en muchas de las cosas que ocurren. Es
inherente a la naturaleza humana pensar lo primero de todo lo malo y lo segundo
de todo lo bueno. Cuando la tragedia le alcanza, seguro que tarde o temprano
murmura:
«¿Por qué a mí?»
Aunque esa pregunta no se la formulará nunca quien acabe de ganar la lotería.
Si nuestros hijos saben comportarse y sacan buenas notas, nos felicitamos por
lo bien que los hemos educado. Si se portan mal y son desobedientes, los culpamos
de ello. Aceptar la responsabilidad de los acontecimientos positivos y
desentenderse de los
negativos es una
manera de proteger y velar por nuestros intereses, y no cabe la menor duda de
que Hobbes no andaba errado al insistir en que las personas básicamente «se
respetan a sí mismas».
Cuando se
disponga a definir el problema al que se enfrenta, procure averiguar lo que
ocurre sin emitir juicios. Estará contemplando lo que los filósofos denominan
«fenómenos», es decir, sucesos externos a usted, hechos que existen con independencia
de sus creencias, sentimientos o deseos al respecto. Piense en esta etapa como
en la fenomenal, si le asoma la vena filosófica. Tal como nos enseña el Yijing,
las cosas cambian sin cesar, de modo que siempre vamos encontrando situaciones nuevas.
Por suerte para
nosotros, manejamos por rutina la mayor parte de situaciones. No tenemos que examinar
cada nuevo estado de cosas, ya que contamos con las convenciones sociales y los
hábitos personales para guiarnos por la mayor parte de caminos. De este modo,
cuando analice su situación, tiene que determinar qué es un mero fenómeno y qué
constituye el verdadero problema para usted. Supongamos (de momento) que usted
no es el causante de la situación presente; usted vive su vida y se preocupa de
sus asuntos (más adelante, en los pasos tercero y cuarto de este proceso,
deberá analizar en qué medida es responsable de ella con vistas a controlar la
parte que le corresponda). Puede que usted se encuentre inmerso en un mar de
dudas, pero usted no es el océano. Cada vez que tropieza con algo que se sale
de lo corriente, algo para lo que no dispone de una reacción prevista,
experimenta una respuesta emocional. El sistema límbico, la parte más antigua del
cerebro, genera la fisiología de la emoción: respuestas automáticas (hablando
técnicamente, autónomas) a los estímulos. No obstante, la experiencia de la
emoción tiene lugar en una parte superior del cerebro, donde sus respuestas
fisiológicas son interpretadas y etiquetadas. Se trata de una calle de sentido
único. Esta separación garantiza que usted no pueda controlar una emoción
por el mero
hecho de reconocerla, aspecto que pasan por alto muchos psicólogos y
psiquiatras que centran su trabajo en hacer precisamente eso. Entender que está
enfadado no alterará la respuesta de su cuerpo al enfadarse (p. ej., incremento
del ritmo cardíaco, secreción de adrenalina). Reconocer la emoción constituye
una información valiosa, sólo que dicha revelación no contiene el sentimiento.
Una vez que ha tenido el sentimiento y lo ha identificado, la tercera parte de
este paso consiste en expresarlo de la forma adecuada. El hecho de expresarlo
tampoco pondrá punto final al sentimiento, dato del que también deberían tomar
nota los psicólogos y psiquiatras, pero expresarlo de un
modo inapropiado
probablemente empeorará su situación.
Mediante el análisis,
usted emprende el proceso de resolver su problema haciendo inventario de las
opciones de que dispone. Puede que usted se diga: «Bueno, tengo este problema
que me hace desgraciado; ¿qué puedo hacer al respecto?» La forma más corriente
de generar alternativas es por analogía. Si lo que le ocurre ya lo ha
experimentado y resuelto con anterioridad, sabe muy bien qué debe hacer y qué no
debe hacer, en función de cómo procediera en una ocasión anterior. También puede
meditar sobre lo que le sucedió a su mejor amigo, o sobre lo que ha visto en
una película o sobre lo que lea en este libro. Hallar puntos en común con otras
situaciones (crear una analogía) es un método muy fructífero para comprender
las dificultades que le abruman. Quizá no cambie sus sentimientos acerca del
problema, pero puede ayudarle a comprender mejor cómo o por qué está sucediendo
y contribuir a que usted genere las
reacciones
posibles.
Las terapias
psicológicas no van más allá del análisis, si es que llegan a ir tan lejos. La
mayoría no lo hace; se atasca en una interminable «validación» de emociones.
Los psiquiatras tienden a desalentar el estudio razonado de un problema y, en cambio,
se centran en las emociones para guiarle de regreso a la infancia. Podría hacer
esta clase de
trabajo durante
años sin conseguir sentirse mejor. Por otra parte, muchas personas trabajan
sobre las tres primeras etapas del proceso PEACE por su cuenta pero no
profundizan en contemplación y equilibrio, por lo que no logran dar con la solución
a sus problemas.
Esto nos lleva a
la contemplación y a la integración de toda la información que ha reunido en
los tres primeros pasos. Ahora su objetivo consiste en adoptar una disposición
(una actitud, una manera de ver) para con su situación general. En el diccionario
comprobará que «disposición» significa «tendencia dominante, inclinación, humor
o temperamento». Cuando un admirador le dice que es una persona bien dispuesta,
eso es en lo que está pensando. Sin embargo, en este libro, disposición es otra
forma de decir perspectiva filosófica. Para encontrar la suya, tiene que
retroceder un paso, distanciándose de la inmediatez del problema, de la fuerza
de sus emociones y de la lógica de su análisis. El paso crucial es adoptar un
amplio punto de vista filosófico para contemplar la situación en que se halla
en su globalidad; si lo logra, será capaz de
reconciliarse
consigo mismo y seguir adelante.
Puede que
consiga encontrar una filosofía que se haga eco de sus ideas en la obra de un
filósofo conocido, tanto leyendo sus escritos como aprendiendo los aspectos más
destacados con un filósofo de formación. Con toda seguridad usted posee una filosofía
personal, aunque no lo suficientemente consciente o elaborada como para que
pueda servirse de ella. Así pues, lo más probable es que necesite un guía, o un
espejo, que le ayude a sacar su filosofía a la superficie, donde le sea posible
verla y trabajar con ella. Una disposición se siente como algo genuinamente
propio. Es más como desenterrar una piedra preciosa que como fabricar una herramienta.
Si adopta una disposición filosófica que no sienta en su mero interno, lo único
que estará haciendo será compensar su situación o racionalizarla. No hallará un
alivio real y duradero. Puede que incluso descubra que la disposición adoptada en
realidad empeora el problema y que si elige otra su vida puede cambiar. Este tipo
de cambio es hermoso, como la metamorfosis de una crisálida en mariposa. Todo
cambia, y la clave para sacar el mejor provecho del cambio es su disposición.
A veces pienso
en este paso como en la etapa cerebral o conceptual (más palabras con C). Digo cerebral
porque usted trabaja con el intelecto y las emociones: con todo el cerebro. Y
es preciso que usted conciba cómo encajan todas las partes, todos los elementos
de su situación, todos los elementos de su mundo, todos los elementos de su
filosofía. Encontrar esta unidad es lo que le permitirá superar el problema. Si
está bloqueado por un problema, lo que necesita es dar con un avance conceptual,
pues sus respuestas habituales no bastan.
En el paso
final, alcanza el equilibrio. Con su recién adquirida o perfilada disposición,
pone en marcha su mejor alternativa e incorpora a su vida de manera concreta
todo lo que ha aprendido. Su problema deja de ser un problema, y usted recobra su
habitual (aunque ahora mejorada) forma de ser, libre de preocupaciones, hasta
la próxima vez en
que las
circunstancias conspiren para hacerle perder el equilibrio. Siempre hay un
cierto tambaleo; nadie mantiene una estabilidad permanente. No obstante, si realmente
hace suyo el proceso PEACE, estará mejor preparado para enfrentarse al futuro.
Una vez que se encuentra una disposición eficaz, ésta no desaparece. No hay
modo de agotarla. Puede recurrir y volver a utilizar todo lo que le dio
resultado ante unas circunstancias concretas en cualquier situación semejante
que se le presente. Lo que le da resultado se refuerza y, a la inversa, lo que
no funciona se descarta. Si avanza hasta esta etapa final, nunca volverá a la
casilla de salida. Su vida se enriquecerá, incluso tras la más desoladora de
las tragedias, si es capaz de aprender sobre sí mismo manejando su experiencia
y alcanzando el equilibrio.
A veces llamo
esencial (otra palabra con E) a este último paso, pues para cuando usted llegue
a él, habrá comprendido la esencia de su situación. Habrá descubierto no sólo
la esencia de su problema, sino también algo esencial para usted. Esta revelación
es la que le permite resolver el problema presente y le prepara para el
siguiente. Las soluciones
absolutas no
siempre son posibles, de modo que la resolución es el objetivo más apropiado en
la mayoría de casos. Este paso también es esencial porque le permite seguir
avanzando. Puede que usted llegue a ser filosóficamente autosuficiente y que ya
no vuelva a
necesitar más asesoramiento (salvo que decida continuar más allá de los
rudimentos). Una disposición que conduzca al equilibrio es algo que llevará
consigo vaya donde vaya. No es algo que se guarde en el botiquín y que se saque
para mitigar
un síntoma
desagradable. Tampoco es algo de lo que usted dependa, como puede suceder con
un terapeuta o un medicamento. Es algo que forma parte de usted.
¿QUÉ TIENEN EN
COMÚN
PABLO CASALS Y
MARK TWAIN?
Los dos primeros
pasos del proceso PEACE son conocidos gracias a mis predecesores en los campos
de la psicología y la autoayuda. Y tal como he afirmado, muchas personas se
abren camino a través de esta primera parte del laberinto por su cuenta y luego
solicitan ayuda. Puesto que los pasos tercero y cuarto (análisis y
contemplación) son los que diferencian a este método de otros al uso, y también
los más nuevos y difíciles de aprehender, quisiera aclararlos mediante dos
ejemplos. Estos ejemplos conciernen a personajes famosos que actuaron como sus
propios consejeros filosóficos.
Más adelante, en
este mismo capítulo, veremos un caso de mi consulta.
El gran
violoncelista Pablo Casáis una vez se rompió un brazo en un accidente de esquí
y tuvo que llevarlo enyesado durante seis semanas. El problema al que se
enfrentaba estaba bien claro: llevar el brazo enyesado causaba estragos en su agenda
e interrumpía su carrera. Su reacción emocional probablemente fuese una mezcla
de frustración, ansiedad, anonadamiento, depresión y miedo. Su análisis
cuadraba con todas las complicaciones logísticas: cancelar o posponer conciertos,
acudir a citas con médicos y fisioterapeutas, llamar a su agente, revisar
contratos, planificar la rehabilitación una vez que el brazo estuviera curado,
y así sucesivamente.
Celebró la
indispensable rueda de prensa para en caso de que usted considere que no tiene
esa clase de serenidad, permítame que le presente otro ejemplo antes de que
decida que está fuera de su alcance. Mark Twain era casi tan famoso por su temperamento
vehemente como por sus logros literarios. Costaba poco provocarle, y puede
estar seguro de que su ira era fulminante. Cuando se ofendía, su opción de
réplica era escribir una carta mordaz. Pero entonces siempre guardaba la carta
en el abrigo durante tres días. Si pasados tres días seguía enojado, la echaba
al correo. Con frecuencia su enfado se había disipado, y quemaba la misiva.
Esta costumbre quizás haya supuesto una pérdida para muchos admiradores que codiciarían
una copia de esos escritos, pero sin duda le hizo un favor a Twain, a sus
amigos y a sus conocidos.
Apuesto a que
Twain utilizaba esas cartas para definir el problema, expresar sus emociones
(cólera, en esencia) y analizar sus opciones (algunas de las cuales con toda
certeza eran maravillosamente gráficas). Sin embargo, su postura contemplativa consistía
en practicar las virtudes de la paciencia, la imparcialidad, la reflexión y la
voluntad de cambio. Con lo conocida que era la fogosidad de Twain, no habría
podido mostrar el comedimiento del que hacía gala si no hubiese mostrado una
disposición favorable hacia estas virtudes. Tanto si enviaba la carta por
correo como si no, utilizaba
ambas cosas, la
carta y la tregua de tres días, para recobrar el equilibrio.
Aunque dudo que
fuera consciente de ello, Twain se hacía eco de la idea china según la cual la mejor
forma de proceder es la que le deja a uno libre de culpa y remordimientos. Al
aguardar tres días antes de decidir con más serenidad lo que debía hacer con la
carta, podía estar seguro de encontrar ese camino. Puesto que nadie nos ha
confiado en secreto el trabajo mental que realizaron Casáis o Twain con relación
a estos asuntos, desconocemos con cuánta facilidad o dificultad descubrieron
sus disposiciones respectivas ni cuánto trabajo les llevó el ponerlas en
práctica. No caiga en el error de dar por supuesto que no hallaron ningún
obstáculo en su camino sólo porque la crónica de estos hechos no nos hable de
sangre, sudor y lágrimas. Las personas que desean realizar un esfuerzo para
filosofar sobre cualquier cosa a la que se enfrenten pueden encontrar
disposiciones provechosas y alcanzar cierto grado de equilibrio. No se trata
forzosa-mente de un remedio rápido, aunque puedo asegurarle que llevar a cabo
el trabajo y obtener el resultado es mejor que todas las demás alternativas (cólera,
culpa, escapismo, dependencia, hacerse la víctima, martirio, pleitos y la
teletienda) puestas juntas.
VINCENT
Vincent
disfrutaba del éxito de su carrera como escritor profesional. Había decorado su
rincón de la oficina con los típicos recuerdos, fotografías y demás. También
había colgado una reproducción de un famoso cuadro de Gauguin que representaba
a unas mujeres tahitianas semidesnudas en la playa. Una de las colegas de
Vincent informó a su supervisor de que el cuadro la ofendía y exigió que fuese
retirado. Cumpliendo con la normativa de la empresa sobre acoso sexual, el
supervisor llamó a Vincent a su despacho y le ordenó que retirara el cuadro.
Vincent opuso objeciones pero no tenía alternativa: o descolgaba la obra de
arte o renunciaba a su empleo. Tras ponderar estas dos opciones, eligió el mal
menor y decidió retirar la obra de arte. Al fin y al cabo, es más fácil
encontrar otro cuadro que un nuevo empleo. Vincent optó por lo práctico. Lo que
no se esperaba era la cólera, el ultraje y la sensación de haber traicionado
sus principios que sintió después de descolgar el cuadro para conservar el
empleo.
A medida que
vayamos estudiando este caso mediante el proceso PEACE, verá claramente la diferencia
entre el asesoramiento filosófico y el psicológico. Muchos psicólogos que
asisten a mis conferencias sobre asesoramiento filosófico salen ami encuentro
al finalizar la charla y me dicen: «¿Sabe una cosa? Hago exactamente lo mismo
que usted.» En realidad, no hacen lo mismo ni por asomo, y a menudo me sirvo de
este caso para hacérselo comprender. Explico a los psicólogos lo mismo que acabo
de explicarle a usted sobre Vincent y les pregunto cómo procederían. Sin excepción,
se centran estrictamente en sus emociones (cólera, ultraje, traición) y me
cuentan la gran cantidad de trabajo que realizarían en esas áreas. En mi
opinión, eso sería una pérdida de tiempo, por no decir de dinero. Cuando les
detallo el procedimiento que emplearía un consejero filosófico, de pronto caen
en la cuenta de que existe todo un universo de perspectivas que su formación
psicológica no contempla. Así es como funciona:
PRIMERA ETAPA:
Problema. El problema de Vincent, en pocas palabras, era que padecía una sensación
de injusticia. Creía que lo obligaban injustamente a retirar el cuadro y que su
empleo no tenía que haberse visto en peligro por una cuestión de
gustos personales
sobre arte. Sus emociones manaban de su sensación de injusticia. Esto, y no las
emociones en sí mismas, era la raíz del problema.
SEGUNDA ETAPA:
Emociones. En un principio Vincent no supo cómo expresar sus emociones de forma
constructiva. No quería sentirse tan enfadado y traidor, pero el sistema no le
brindaba ningún remedio para que se sintiera mejor.
TERCERA ETAPA:
Análisis. Tras considerar todas las opciones, Vincent probablemente hizo lo correcto.
Amaba su profesión, y los empleos como el suyo no se encuentran así como así.
Si hubiese dimitido por culpa del cuadro, seguiría sintiendo la
misma injusticia
y además no tendría trabajo. Puede que sea mejor estar disgustado y con trabajo
que disgustado y en el paro. Si hubiese dispuesto del dinero suficiente, podría
haber demandado a su empresa por el incidente y haber probado suerte ante los
tribunales. Mas no se lo podía permitir. Las venganzas que cruzaron su mente le
complacían durante un rato, pero no eran opciones reales. De todas formas, si Vincent
se hubiese decidido por la solución de amenazar al supervisor y a la colega
ofendida, o de empezar a disparar como un loco en la oficina, tampoco habría
encontrado justicia, sino que estaría en la cárcel. En resumidas cuentas, la
decisión de Vincent parecía la mejor que podía haber tomado.
CUARTA ETAPA:
Contemplación. Vincent y yo trabajamos desde una postura filosófica para
comprender la diferencia entre ofensa y daño. Si alguien o algo le hace daño
(es decir, le hiere físicamente contra su voluntad) usted no es cómplice de la
herida. El principio del daño de John Stuart Mills sostiene que «el único fin
que autoriza al ejercicio del poder sobre cualquier miembro de una sociedad
civilizada contra su voluntad es evitar que haga daño a los demás».
Sin embargo, la
ofensa es distinta. Si alguien o algo le ofende, es decir, le insulta de un
modo u otro, usted es cómplice del insulto. ¿Por qué? Pues porque se lo toma
como una ofensa. Usted puede permanecer pasivo y resultar herido por algo como
un golpe físico, pero toma parte activa al ofenderse por algo como un cuadro.
Recuerde esta fórmula cortés de antaño: «Lo siento, no pretendía ofender.» «No
se apure, no lo he tomado a mal.» Este tipo de civismo lo ha vuelto obsoleto
una cultura que descuida el pensamiento y permite que la ofensa se confunda con
el daño. Marco Aurelio ya conocía la diferencia en la Roma de su epoca, pero
nuestra avanzada cultura la ha olvidado. En la actualidad las personas se
ofenden, luego acusan a los demás de hacerles daño, y el sistema las respalda
con políticas que restringen las libertades individuales. Peor aún, el sistema
consolida esta confusión recompensando económicamente a las personas que se
ofenden. No es de extrañar que todo el mundo ande con pies de plomo o
subiéndose por las paredes.
Elimina tu
opinión, y eliminarás la queja «Me han ofendido». Elimina la queja «Me han
ofendido» y la
ofensa ha desaparecido.
MARCO AURELIO
La distinción
entre daño y ofensa supuso el primer avance contemplativo de Vincent. El
segundo se produjo al darse cuenta de que esta clase de injusticia era
inherente al sistema y que no iba dirigida personalmente contra él. La
acusadora y el supervisor sólo eran peones de un juego que ni siquiera ellos
comprendían. De tan absurdo, resultaba casi divertido. Pues tampoco era que
Vincent hubiese colgado en la pared el desplegable del último Playboy (que
algunos también considerarán arte, aunque es claramente más provocativo que la reproducción
de un cuadro de valor incalculable). Las personas que buscan motivos para
ofenderse siempre los hallarán, pero son ellas quienes tienen un problema. Y su
problema es que necesitan ofenderse. Sin darse cuenta, Vincent satisfizo la necesidad
de su colega. Vincent no tenía por qué creer que su situación era injusta, ya
que él sí que había sido ofendido, aunque no herido, por el sistema. En sus
manos estaba el negarse a ofenderse por la intolerancia del sistema, y así
decidió hacerlo. Pues Vincent ya contaba con una disposición filosófica que lo
inmunizaba contra la injusticia y permitía que sus emociones negativas se
disiparan.
QUINTA ETAPA:
Equilibrio. Vincent volvió al trabajo sin guardar rencor a su colega ni a su
supervisor. Tenía cosas mejores que hacer que invertir emoción en sus gustos
artísticos; tenía toda una carrera profesional por delante. Para consolidar el proceso,
recomendé a Vincent que hiciera una lista de los diez cuadros que más le
gustaría colgar en la pared, que se los mostrara a su colega y que le pidiera
que eligiera uno que no la ofendiera. Así todos estarían contentos con la
decoración de su rincón.
El proceso PEACE
de Vincent se desarrolló en una sola sesión. En ningún momento hablamos de su
infancia, de sus fantasías sexuales, de sus sueños ni de su complejo de Edipo,
como tampoco de recetarle un medicamento que mejorara su estado de ánimo.
Moraleja: la psicología y la psiquiatría no tienen nada que decir acerca de la
injusticia. Si lo que usted quiere es resolver un problema filosófico, solicite
ayuda filosófica.
SEA SU PROPIO
CONSEJERO FILOSÓFICO
Practicar la
filosofía significa explorar el mundo interior. Usted es el más cualificado
para emprender este viaje de descubrimiento personal, aunque a veces sacará
buen provecho de la orientación de los filósofos que ya han abierto caminos similares.
Los filósofos casi siempre trabajan solos en el sentido de que los humanos
suelen pensar con más claridad sin compañía. Sin embargo, los filósofos casi
nunca trabajan solos en el sentido de que nuestros pensamientos están
informados por revelaciones trascendentes fruto de dos mil quinientos años de
tradiciones filosóficas diversas. Los consejeros filosóficos somos como las
celestinas: ayudamos a nuestros clientes a encontrar una
interpretación
filosófica de sí mismos y de las situaciones que enfrentan que les permita
prosperar durante toda la vida.
Muy interesante el proceso PEACE, leí el libro de Marinoff y desde luego la filosofía como medio de superación de determinados problemas me parece de gran utilidad, sobre todo porque hay muchas personas que permanecen enganchadas a psicológos, psiquiatras o psicoterapeutas todas sus vidas, sin llegar a conclusiones esclarecedoras de sus problemáticas. Lógicamente hay problemas y problemas pero lo cierto es que todas las disciplinas enfocadas a la relación de ayuda tienen sus limitaciones, el asesoramiento filósofico por lo menos, no me parece tan nocivo como otras tipos de terapias.
ResponderEliminarUn saludo Marcos